GOODRICH VALDERRAMA, ROBERT ALLEN
¿Qué es poesía?, dices, mientras clavas en mi pupila tu pupila azul, ¡Qué es poesía! ¿Y tú me lo preguntas? Poesía... eres tú.
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LA HORA DE TU OLVIDO
A la memoria de Salvador Medina Hernández, mi padre
Mientras unos pálidos señores juegan a la guerra ―rondan como águilas furiosas e invaden, hasta la consumación de los escombros, los muros y los espacios ajenos― mi padre recoge las esquirlas de su última escalada.
Mientras los enviados del desastre tienden su emboscada más allá del estallido y sus libelos, ánimas terribles, atan la noticia de pies y manos, mi padre abandona la ensoñación de las estrellas, la derrota del mundo.
Todo astro reclama su oscura vastedad. (Ya en el fondo ―padre, tú tal vez no lo sabes― se escucha la maldición de los dioses:
“¡Llegará el día en que la sangre, harta de sus pálpitos bajísimos, les deje de latir! ¡Ríos de plomo amargo anegarán sus casas! ¡Barro serán sus pies!”)
Me rehúso a aceptar que él, ya fuera del tiempo, habite el mismo limbo, la misma oquedad demoledora, el mismo universo en ruinas que aldearon los enemigos declarados de la ternura.
Cuando se haya ido, cuando ya del todo se haya ido, cuando su última palabra dé y se haya ido, los poderosos ―lobos de la peor estirpe asidos al rebaño desde el amanecer, vistiendo astutamente la piel de su ovejas, lamiendo airosamente las honduras de las que no ultimó la dentellada― seguirán aquí, infames, en su tutela de infiernos.
(Tomado de La hora de tu olvido)
SALVADOR MEDINA BARAHONA
PANAMÁ
Aquí nací y moriré
Aquí nací,
en un diminuto grano de sal
que flotó a la deriva
y se aposentó
en la placenta aguamarina
de mi madre.
Ella nació de la abuela
quien, a su vez, fue hecha de la piel escamada
de aquellos que vinieron
desde las aldeas distantes
en las costas de África.
Aquí crecí,
en el estallar
de las olas contra las rocas
y los deshechos de las playas;
entre el óxido del hierro
que hirió la pureza de las finas arenas.
Con maderas añejadas
hicimos la casa y las cruces,
el muelle de las bienvenidas y de los adioses,
nuestras canoas
que nos llevaron tan lejos y perduraron tanto
como el tiempo transcurrido
por el joven guerrero que se hizo anciano.
Fui libélula
y volé entre un majestuoso mar
de mariposas multicolores
y fue estremecedor el despliegue del carmesí,
del violeta
y el bermejo,
en las orillas virginales de las playas sin daño.
Apiñé los años
oyendo el latir de corazones engarzados
que aún retumba en los tambores
que se descosen y se desguazan;
en las caderas sudorosas
de las madres
que se abrieron como flores
pariendo hijos.
Fue un tiempo muy largo,
casi la eternidad en salmuera,
entre la pobreza agridulce de la niñez
y la longeva concavidad de mis huesos roídos
por el rumiar de los días;
por años sin dientes
que ya no me mordieron el alma.
Retornaré a la diminuta bahía
de la infancia,
a la muralla donde se estrellaba el mar,
a las calles de la ciudad ultramarina
donde chorrearon amaneceres y atardeceres
en el gris de los aguaceros,
al charco en la acera
y a la puerta de madera.
El celeste,
fue mi vértigo y mi ternura;
en mis ensueños
vi transcurrir un tiempo irrepetible,
con destellos lapislázulis,
que me colmó de inmensas dichas,
insoportables pérdidas
y devastadoras ausencias.
Caeré lentamente
en la refulgencia del agua
donde nadé dentro del velo de la libertad.
Moriré en la tarde
sin poder ver la siguiente aurora;
cuando la pizca de sal
que fue mi origen se evapore,
inevitable, solitaria,
pulverizada en átomos errantes
y vencida en la luz;
cuando la última ola
que vean mis ojos
se desparrame en la playa
y se inicie la resaca
que me llevará como un tronco maltrecho,
un caracol partido,
una espina de pez quebrada,
una momia húmeda
envuelta en harapos de algas,
sin un alarido, sin una queja,
con las vísceras hechas añicos
y el corazón triturado
en una molienda de agua salada
y tierra dulce.
Naufragará el barco de papel
que hice de niño y perdí;
pero no lloraré como entonces,
seguiré trotando
junto con los caballos de mar
en los jardines del agua,
como la segunda infancia,
como repasar los años
y recoger las sueltas alegrías
de la inocencia.
Llegarán otros hijos,
vendrán las madres de otras madres,
y ésta será también su patria sagrada.
Aquí estará por siempre
el lugar donde nací.
Este delicado hilo de luminiscencia
que entró a mis pupilas al nacer
y salió al morir,
en este privilegiado y amoroso
filamento de tierra,
entre dos prodigiosos océanos.
MANUEL ORESTES NIETO
PANAMÁ
RECUERDO DE MATACHÍN
Matachín reverbera bajo las aguas Con su voz ahorcada y su dialecto Con su rostro de músico y sus dedos embadurnados por azogue; Es una franja de tierra que no puedo olvidar. No la ignoro Y la acaricio, La huelo como el primer milagro Que brotó tras el diluvio Con sus hojas graduales. Cierro mis puños y los abro tratando de bracear Sobre este lago La vendimia del dolor; Las letras paganas que compusieron su bitácora de viaje; Sus maletas llenas de suicidios, y de muertes. De auroras y de pueblos perdidos
Matachín regresa a mis salomas Como una constelación que se recoge, Como una estrella calcada, Como un grito hechizado a la intemperie.
Aún albergo las ansias de montarme en tren, De seguir los caminos y los rieles, Los campos donde se disemina la faena Donde está Uh Mei con su loto, Con su estanque de páginas muertas.
Me apresuro a llegar hasta la iglesia de La Línea Donde la campana sigue tañendo A pesar del peso salobre de las aguas, me apresuro A dar cuerda a un gran reloj que sigue andando Nadie sabe la razón, la hora ni el por qué; En sus péndulos veo parpadear un mundo Con su cola de tucán, con sus páramos ausentes.
En Matachín hay una estación. Móntate. Algún día llegaremos a la eternidad En lomo de tren. Aquí yacen los chinos dormidos Con sus colores y canciones. El tren inició Con los colores del suicidio. Ahora todo es el sabor Del olvido con su locomotora Y su hierro oxidado
Móntate. Algún día llegaremos a la eternidad En lomo de tren.
JAVIER ALVARADO
PANAMÁ
POEMA 7Alma mía! Alma mía! Raíz de mi sed viajera, gota de luz que espanta los asaltos del mundo. Flor mía. Flor de mi alma. Terreno de mis besos. Campanada de lágrimas. Remolino de arrullos. Agua viva que escurre su queja entre mis dedos. Azul y alada como los pájaros y el humo. Te pariò mi nostalgia, mi sed, mi ansia, mi espanto. Y estallaste en mis brazos como en la flor el fruto.Zona de sombra, línea delgada y pensativa.Enredadera crucificada sobre un muro.Canciòn, sueño, destino. Flor mía, flor de mi alma.Aletazo de sueño, mariposa, crepúsculo.En la alta noche mi alma se tuerce y se destroza. La castigan los látigos del sueño y la socavan. Para esta inmensidad ya no hay nada en la tierra.Ya no hay nada.Se revuelven las sombras y se derrumba todo.Caen sobre mis ruinas las vigas de mi alma.No lucen los luceros acerados y blancos. Todo se rompe y cae. Todo se borra y pasa,Es el dolor que aúlla como un loco en un bosque. Soledad de la noche. Soledad de mi alma. El grito, el alarido. Ya no hay nada en la tierra! La furia que amedrenta los cantos y las lágrimas. Sòlo la sombra estéril partida por mis gritos. Y la pared del cielo tendida contra mi alma!Eres. Entonces eres y te buscaba entonces.Eres labios de beso, fruta de sueños, todo.Estás, eres y te amo! Te llamo y me respondes!Luminaria de luna sobre los campos solos.Flor mía, flor de mi alma, qué más para esta vida!Tu voz, tu gesto pálido, tu ternura, tus ojos.La delgada caricia que te hace arder entera.Los dos brazos que emergen como juncos de asombro.Todo tu cuerpo ardido de blancura en el vientre.Las piernas perezosas. Las rodillas. Los hombros.La cabellera de alas negras que van volando.Las arañas oscuras del pubis en reposo.
PABLO NERUDA
POETA CHILENO PREMIO NOBEL DE LITERATURA
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