TRÍPTICO MÍSTICO
- I – Penumbra,
por Darío Herrera
Fue una tarde ya lejana. Yo leía el bello opúsculo
De la vida desolada de aquel trágico cantor,
cuyas rimas son tan tristes como el pálido crepúsculo
con que inicia sus inviernos el hastío del amor.
Y ante el piano ella sentada, con sus manos cual dos lirios
los armónicos marfiles agitaba sin cesar,
y una música surgía que evocaba los martirios
del que viaja por los yermos hiperbóreos del pesar.
En la calle resonaban, como insólito sarcasmo,
las canciones bulliciosas del alegre carnaval,
y sus ecos se apagaban en el tétrico marasmo
que envolvía nuestras almas en su atmósfera glacial.
Sus cabellos descendían, simulando fúnebre ala,
a su talle doblegado como el tronco de un saúz,
mientras iban envolviéndola, extendidos por la sala,
los inciertos, misteriosos estertores de la luz.
De las torres se elevaba la plegaria de los bronces
cual un ruego del crepúsculo al espíritu de Dios. . .
Se miraron a distancia nuestros ojos, y hubo entonces
mil presagios de amarguras en los ojos de los dos. . .
Calló el piano. Lentamente avanzó ella por la alfombra. . .
Ya la noche la envolvía en la seda de su tul,
y su rostro, hermoso y pálido, emergía de la sombra
como un astro solitario de lo obscuro del azul.
En mi hombro reclinóse blandamente su cabeza. . .
Nuestros labios se juntaron en un beso sin rumor. . .
Y en el beso aquel pusimos toda la íntima tristeza,
todo el duelo de presagios que enlutaba nuestro amor. . .
Publicado en: Nuevos Ritos, Nº 62, de 15 de marzo de 1910.
RÍPTICO MÍSTICO
- II – Umbra,
por Darío Herrera
En el crepúsculo vespertino,
en el crepúsculo allá a los lejos,
de las campanas llegaba el Angelus
en notas tristes como plegarias de los enfermos.
En las persianas
zumbaba el cierzo.
Tenaz la lluvia
borbollonaba sobre los techos;
y acá, en su alcoba,
en la blancura virgen del lecho,
entre las pompas de la mortaja,
estaba inmóvil, glacial, su cuerpo!
Sobre su frente palidecida,
y en lo sombrío de su cabello,
los cuatro cirios ponían un nimbo,
extraño nimbo que titilaba con livideces de fatuo-fuego. . .
Clavado al muro,
en lo solemne de aquel silencio,
ebúrneo Cristo se retorcía,
sangrante y mustio como un emblema del sufrimiento.
Yo lo miraba
cerca, muy cerca del níveo lecho,
mientras mi mano cálida, trémula,
cogía la suya, rígida y fría como de hielo. . .
sobre su rostro,
lirio marchito por el invierno,
de mis tristezas vertí las lágrimas,
de mi congoja cayó el aliento!
Súbitamente
sus dos pupilas -soles difuntos- resplandecieron;
a su semblante
le dio la Vida su lustre bello,
y así sus labios,
cual en un ruego,
“¡Nunca me olvides!”, me sollozaron,
“¡Nunca me olvides!”, me repitieron. . .
Y entre las pompas de la mortaja,
en la blancura virgen del lecho,
callada exangüe,
glacial, inmóvil quedose luego,
mientras el Angelus de la campanas
iba extinguiéndose, allá a lo lejos,
en notas tristes como plegarias,
como plegarias de los enfermos;
en las persianas tenaz zumbaba,
zumbaba el cierzo,
y –ya al principio de aquella noche-
siguió la lluvia borbollonando sobre los techos!. . .
Del libro: Lejanías
RÍPTICO MÍSTICO
- III – Post-umbra,
por Darío Herrera
Cuando en mis noches,
cuando en mis noches de hondas nostalgias, el pensamiento
va visitando de mis amores,
de mis amores el cementerio,
tú sola surges,
tú que compendias todo el pasado de mis afectos,
tú sola surges a los conjuros de mi memoria,
¡tú sola surges, eternizada por el recuerdo!
Y resucitan aquellos días,
aquellos días que ya murieron,
breves y dulces como una aurora,
breves y dulces como un ensueño,
en que vestida toda de blanco,
bajo la noche de tus cabellos,
a mí venías hermosa y pálida
allá en tu sala y en otro tiempo!
Después evoco la tarde triste,
tarde tan triste como el crepúsculo en un desierto,
en que tu vida se hundió en la nada,
en que tu alma se hundió en las sombras, en el misterio...
Cuadro doliente
que no se borra de mi cerebro!
Aquellos dobles de las campanas,
graves y lentos;
aquel ambiente nubloso y frío;
aquel gemido largo del cierzo;
el ruido sordo de aquella lluvia,
y en tu aposento,
aquellos cirios de llamas trémulas
que derramaban vagos reflejos;
aquel gran Cristo,
allá en el fondo, como el emblema del sufrimiento;
aquel desborde de mi amargura,
y sobre el lecho,
entre las pompas de la mortaja,
glacial, inmóvil, mudo, tu cuerpo!...
Ya ves que en mí alma te perpetúas,
que no te olvido, como tus labios me lo pidieron;
y que en mis noches,
y que en mis noches de hondas nostalgias, si el pensamiento
va visitando de mis amores,
de mis amores el cementerio,
a los conjuros de la memoria tú sola surges,
tú sola surges, eternizada por el recuerdo!
Publicado en: El Heraldo del Istmo Nº 2, de 16 de enero de 1904.
Nota: Esta es una de las poesías que sufre cambios en algunos de sus versos.
La versión que presentamos difiere en las primeras estrofas con respecto
a la versión que aparece en la obra póstuma “Lejanías”
Campestres,
por Darío Herrera
T’amo o pio bove
Carducci
I
Campo. La primavera. El sol levante.
Clámide de la noche peregrina
cual tejido de magia, la neblina
se deshace en la atmósfera radiante.
Cortando el horizonte, que distante
describe su parábola azulina,
ondula en la planicie la colina
como plasmado lomo de elefante.
Allí la casa y el bovino hato
del labrador robusto, que al empeño
de su labranza se apercibe grato;
Y que esquivando el amoroso sueño,
al verde campo se dirige al rato
de arado y bueyes conductor risueño…
II
La tarde se adormece en la llanura;
rojizo el horizonte se destaca
bajo la luz crepuscular, ya opaca
en cada agrupación de la verdura.
La vespertina claridad perdura,
fingiendo una labor de fina laca,
en el espacio cóncavo, que es placa
donde pintan las formas su hermosura.
La noche se condensa en el contorno
del silencioso campo. De retorno
hacia la casa van con lento paso
el labrador y sus pacientes bueyes;
y son, yunta y el hombre, únicos reyes
de aquellas soledades del ocaso...
Del libro: Lejanías
Las primeras versiones de estos poemas fueron publicados en:
El Cronista, de 25 de Julio de 1908.
Nuevos Ritos, Nº 160, de 15 de Julio de 1915.
Le Billet Doux,
por Darío Herrera
“El dulce billete promete
Alguna novela ejemplar…
Lo que dice el dulce billete
no es difícil de calcular”.
Leopoldo Lugones.
Quedó la “niña” del billete
en dulce ensueño sumergida
¡Cuántas delicias le promete
aquella carta tan leída!
En lo suntuoso del salón,
en vis-á-vis o en canapé,
ya están los dos… (En su ilusión
con él se mira en el parquet.)
Es un amor muy elegante
aquel noviazgo preambular:
De frac o smoking el amante;
ella en vestido “directoire”.
Allá en el “hall” hay un sonoro,
cáustico, fino parloteo:
“Mamá” y visitas forman coro
en el mundano discreteo.
Acá los novios … ¿Cuál su tema?
Los “Grandes Premios” ú otro sport
así el coloquio es fiel emblema
del modernismo del amor.
Después, la boda; el dulce viaje,
y de París les “nouveautés”…
“Smart”, muy “fine” es el miraje;
que la caricia es un ultraje
para el “Institut de Beauté”.
Callao, 1909.
Publicado en: Nuevos Ritos, Nº 51 de 15 de septiembre de 1909.
Darío Herrera
(1870-1914)
Darío del Carmen Herrera, nació en la ciudad de Panamá, el 18 de julio de 1870. Hijo de don Lino Clemente Herrera, natural de Vélez, Colombia y doña Juana de la Rosa, natural de Penonomé, Panamá. Se educo con gran esfuerzo siendo autodidacta.
Se desempeñó como secretario de la Alcaldía, durante la gestión de don Francisco de la Ossa. En 1903, debido a nuestra separación de Colombia, fue designado Agente Confidencial en Argentina. En 1904 se le nombró Cónsul en Saint Nazaire, cargo que no pudo ejercer por motivos de salud. En 1908 fue nombrado Vicecónsul en Callao. En 1911 se le asciende al rango de Cónsul General y en 1913 es trasladado a Valparaíso, Chile, con el cargo de Cónsul.
En Perú contrajo matrimonio con doña Elvira Paulsen. De este matrimonio nació su hijo único, Darío Herrera Paulsen.
Su obra, Horas Lejanas, publicada en los primeros meses de 1903 en Argentina, es considerada como el primer libro de cuentos publicado por un panameño. Estaba reuniendo sus mejores versos para ser publicados bajo el titulo “Lejanías Intimas”, obra que no logra publicar. Pero gracias al esfuerzo de su hijo, Darío Herrera Paulsen, la obra es publicada póstumamente bajo el titulo “Lejanías”, en 1971. El resto de su producción: crónicas, cuentos, versos, notas críticas; anda disperso en periódicos y revistas del continente.
Desempeñó una cátedra de Historia de la Literatura en la Escuela Superior de Guerra, en Argentina, labor que abandona por su designación como Agente Confidencial en este país.
Colaboro en distintos diarios y revistas literarias de su época. En Buenos Aires, en La Nación, El Mercurio de América y El Diario; en Méjico, en El Imparcial y El Mundo Ilustrado, en Méjico se destaco por su gran actividad literaria, donde reproduce sus escritos de Horas Lejanas y publica una novela corta titulada Baja la lluvia; en Cuba, en La Habana Elegante y El Fígaro; en El Salvador, La Quincena dedicó uno de sus números a la publicación de sus versos y de retazos de su prosa; y en otros países como Chile, Perú y Guatemala colaboró en diferentes diarios y revistas. En Panamá, su participación fue continua en la prensa y revistas periódicas como Nuevos Ritos y El Heraldo del Istmo. También colaboro en la revista Mundial, dirigida por Rubén Darío.
Rodrigo Miró nos dice de él: Buen poeta y mejor escritor –sus prosas se cuentan entre lo más logrado de nuestra literatura–, tuvo Herrera la pasión del vocablo exacto y bello. “Amaba la frase límpida y cristalina de Flaubert, cuyo espejo quería ser en prosa castellana”, nos cuenta Max Henríquez Ureña. Su afición por las literaturas extranjeras le hizo traductor, y a él debemos la primera versión castellana de La Balada de la Cárcel de Reading, de Oscar Wilde.
Darío sufrió graves dolencias nerviosas. En una ocasión en Cuba su salud empeoró hasta el punto de tener que ser internado en el sanatorio del Dr. Malberty, para enfermos mentales. Se dice que este sanatorio fue el posible inspirador de su narración “Almas Dolientes”. Sobre este particular, Miró nos menciona en la introducción de Lejanías: “Antes de dejar Buenos Aires tuvo su primera crisis. Y no acababa de llegar a París, recién nombrado Cónsul en Saint Nazaire, cuando debió ser internado en una clínica. Lo mismo ocurrió en La Habana, en el viaje de retorno. Max Henríquez Ureña cuenta que se creía perseguido. Y su estado de ánimo distaba mucho de ser saludable a su arribo a México en 1908”.
Murió en Valparaíso, Chile, a los cuarenta y cuatro años, el 10 de junio de 1914, donde se desempañaba como Cónsul de Panamá en ese país.
FUENTE: PANAMÁ POESÍA