Patria de mis amores,
por Ricardo Miró
¡Patria que me estremeces dulcemente,
Patria de mis amores, Patria mía:
yo quiero saludarte en este día
en que la Libertad besó tu frente.
Todavía la lengua de Castilla
ensalza a Dios bajo tu limpio cielo
y en tus noches de seda y terciopelo
la misma estrella de la raza brilla.
Y así será por siempre que en tus lares
los pájaros cantores, la fontana
sólo aprendieron lengua castellana
y hasta las mismas olas de los mares.
En tí se unieron las fraternas manos
de dos mundos, formando un Continente,
y hoy, que saltó en pedazos ese puente,
por la brecha se abrazan dos océanos.
Porque viéndote, Patria, se dijera
que te formó la voluntad divina
para que bajo el sol que te ilumina
se uniera en tí la Humanidad entera.
Para que en tu bandera que descuella
con la humildad cristiana de una espiga,
vieran todos los hombres una amiga
y viéramos nosotros una estrella.
¡Patria que me estremeces dulcemente
Patria de mis amores, Patria mía:
Dios, como un talismán, te puso un día
la libertad del mundo en la alba frente.
Patria, por
Ricardo Miró
¡Oh patria tan pequeña, tendida sobre un istmo
donde es más claro el cielo y es más vibrante el sol, (1)
en mí resuena toda tu música, lo mismo
que el mar en la pequeña celda del caracol!
Revuelvo la mirada y a veces siento espanto
cuando no veo el camino que a ti me ha de tornar...
¡Quizá nunca supiese que te quería tanto,
si el Hado no dispone que atravesara el mar!...
La patria es el recuerdo... Pedazos de la vida
envueltos en jirones de amor o de dolor;
la palma rumorosa, la música sabida,
el huerto ya sin flores, sin hojas, sin verdor.
La patria son los viejos senderos retorcidos
que el pie, desde la infancia, sin tregua recorrió,
en donde son los árboles antiguos conocidos
que al alma le conversan de un tiempo que pasó. (2)
En vez de estas soberbias torres con áurea flecha,
en donde un sol cansado se viene a desmayar,
dejadme el viejo tronco donde escribí una fecha,
donde he robado un beso, donde aprendí a soñar.
¡Oh mis vetustas torres, queridas y lejanas,
yo siento las nostalgias de vuestro repicar!
He visto muchas torres, oí muchas campanas,
pero ninguna supo, ¡torres mías lejanas!,
cantar como vosotras, cantar y sollozar.
La patria es el recuerdo... Pedazos de la vida
envueltos en jirones de amor o de dolor;
la palma rumorosa, la música sabida,
el huerto ya sin flores, sin hojas, sin verdor.
¡Oh patria tan pequeña que cabes toda entera
debajo de la sombra de nuestro pabellón:
quizás fuiste tan chica para que yo pudiera
llevarte por doquiera dentro del corazón! (3)
Barcelona, 1909
Publicado en la Revista
Nuevos Ritos, Nº 50, 1º de septiembre de 1909.
Versión original aparecida en 1909
(1) Donde es el mar más verde y es más vibrante el Sol,
(2) que al paso nos conversan de un tiempo que pasó.
(3) llevarte toda entera dentro del corazón!
La versión que aquí publicamos incluye las correcciones
introducidas en 1915.
La Ultima Gaviota, por
Ricardo Miró
Como una franja temblorosa, rota
del manto de la tarde, en raudo vuelo
se esfuma la bandada por el cielo
buscando, acaso, una ribera ignota.
Detrás, muy lejos, sigue una gaviota
que con creciente y pertinaz anhelo
va de la soledad rasgando el velo
por alcanzar la banda ya remota.
De la tarde surgió la casta estrella,
y halló siempre volando a la olvidada,
de la rauda patrulla tras la huella.
Historia de mi vida compendiada,
porque yo soy, cual la gaviota aquella,
ave dejada atrás por la bandada.
Las Garzas, por
Ricardo Miró
En el cielo, velado de improviso,
la banda fugitiva se diseńa
(Tal mi vida: crepúsculo indeciso,
donde entre un fondo de dolor, diviso
alejarse una tímida cigüeńa...)
Míralas... Su fatal melancolía
se disuelve en el raso de los cielos,
y al verlas agitarse se diría
que son como fantásticos pańuelos
con que al morir nos dice adiós el día.
Las garzas me enamoran... Son lo que huye,
lo intocado, que vuela y se evapora;
y como tras su marcha sońadora
un cansancio infinito se diluye,
el vuelo de las garzas me enamora...
En los lagos dormidos entre brumas,
cuando abre sus párpados la Aurora,
bajo la nieve casta de sus plumas
son el alma de luz de las espumas
y su blancor entonces me enamora...
Por no sé qué lejano simbolismo
sobre el escombro que el verdín colora,
la garza, pensativa, rememora
el alma misteriosa del mutismo
y entonces su silencio me enamora...
Cuando al morir la tarde se derraman
mientras el Sol el infinito dora,
recuerda la bandada voladora
los sueńos de las vírgenes que aman
y su inquietud entonces me enamora...
Las garzas me enloquecen... Su blancura,
su mudez, el dolor que las aqueja,
me empujan a quererlas con ternura...
Yo tengo la infinita desventura
de amar lo que se va, lo que se aleja...
Pero yo amo las garzas porque existe
un amable recuerdo en mi memoria...
Es el tuyo: tú fuiste blanca y triste,
y volando, en silencio, te perdiste,
en el cielo sin nubes de mi historia.
Garzas Cautivas, por
Ricardo Miró
A doña Oderay de Lefévre
En el patio andaluz, adonde apenas
penetra el sol en ondas fugitivas,
inmóviles, calladas, pensativas,
hay, como un par de enormes azucenas,
dos garzas melancólicas, cautivas.
¡Quién sabe si una noche, al escondido
juncal, cerca a la orilla melodiosa,
una mano llegó, vio al par dormido,
lejos la madre tierna y afanosa,
y arrebató los pájaros del nido!
Tal vez fue en el corral que en la ribera
levanta frente al mar su empalizada
donde un día, al nacer la primavera,
en la sorda explosión de una alborada,
vieron la luz del sol por vez primera.
¡Y ellas no saben del azul...! Sus huellas
no serán polvo de oro tras su vuelo
a la indecisa luz de las estrellas;
y con sus ojos tristes ven el cielo
y no saben que el cielo es para ellas.
Acaso si una mano, de repente,
las echara a volar, tras un momento
de supremo estupor, abriendo al viento
sus vírgenes plumajes, blandamente
se irían a embriagar de firmamento.
Pero no volarán, ni bajo el rico
oro del sol se encenderán sus galas,
ni ensartarán estrellas en el pico,
ni abrirán a la luna el abanico
blanco y maravilloso de sus alas.
¡Melancólicas garzas...! Y en el frío
patio sin luz ni sol, sobre las zancas,
simbolizan la imagen del hastío;
y ni siquiera saben que son blancas
porque nunca se vieron sobre un río.
Y allí, bajo las penas de sus galas
inútiles -libélulas de hielo-,
dormitan sin un ansia ni un anhelo,
y no saben aún que tienen alas
y que las alas son para ir al cielo.
Melancólicas garzas que en el frío
patio sin sol ni luz, sobre las zancas,
simbolizan la imagen del hastío,
y que nunca supisteis que erais blancas
porque nunca os mirasteis sobre un río.
Hay almas cual vosotras que ni huellas
dejarán ni sabrán nunca del vuelo
que nos lleva a vivir con las estrellas,
almas que ven atónitas el cielo
y no saben que el cielo es para ellas...
Para ellas el oscuro, el escondido
patio andaluz en donde el sol no alumbra;
y van, cobardemente, sin ruido
y a través de una gélida penumbra,
en viaje al mar sin playas del olvido.
RICARDO MIRO
(1883-1940)
El gran poeta nacional de Panamá nació en la capital de la República el 5 de noviembre de 1883. Huérfano de padre desde muy niño, a los quince años fue a estudiar a Bogotá en el Colegio Menor del Rosario. Cinco meses estudia pintura. Sus estudios los interrumpe la revolución colombiana de 1899. Conoce en Panamá los días del Canal, bajo construcción francesa, y el horizonte que abre para su generación la independencia de Colombia en 1903. Publica sus primeros versos en El Heraldo del Istmo, de los modernistas. Se casa en 1906. Al año siguiente lanza la revista Nuevos Ritos, prolongación del "EL Heraldo del Istmo", revista que mantuvo por espacio de una década. Entonces conoció a Rubén Darío, que paso por Panamá. Editó su primer libro en 1908.
Desempeña puestos del gobierno en el exterior. Es secretario de la Legación Panameña en Londres y cónsul en Marsella, aunque reside en Barcelona, donde escribió en 1909 su bello poema patria. En 1911 regresó a Panamá, siguiendo sus actividades literarias en las revistas. Como miembro de la delegación panameña a las fiestas del centenario de la independencia del Perú, viaja a Lima en 1921.
Desempeñó puestos en la capital como director de los Archivos Nacionales (1919-1927), y fue secretario perpetuo de la Academia Panameña de la Lengua desde 1926. Murió en la ciudad de Panamá el día 2 de marzo de 1940. Los escritores de Panamá y los hispanoamericanos lamentaron su muerte y exaltaron su poesía como la del más grande poeta istmeño.
Ubicado dentro del movimiento que siguió al gran triunfo de Darío, se mantuvo fiel a su propio temperamento e ideal estético, haciendo una poesía íntima y sencilla, fiel al paisaje de su tierra. Ha sido, por eso, uno de los más eficaces voceros de la nacionalidad. Se le considera el más alto exponente de la poesía panameña.
FUENTE: PANAMÁ POESÍA
Y TAMBIÉN UN GRAN SALUDO A COLÓN HOY 5 DE NOVIEMBRE FECHA QUE COINCIDE CON EL NATALICIO DE MIRÓ.