sábado, 26 de noviembre de 2016

RODOLFO CAICEDO POETA Y ESCRITOR PANAMEÑO


Paz y Progreso,
por Rodolfo Caicedo

Estrofas dedicadas al benemérito
General Don Esteban Huertas
Oye mi desacorde y rudo acento,
oye la voz del ignorado bardo
que inspirado en tu fama, tiene aliento
para cantarte, paladín Gallardo.

Al pensar oh Adalid! en tu heroísmo
borro de mi memoria esos gusanos
que, creyendo verdad un espejismo,
se ven gigantes cuando son enanos.

Olvido al necio que se vio en la altura
porque el Acaso lo aventó hacia arriba,
que aunque vuela el Talento, aunque fulgura,
la suerte siempre se le muestra esquiva.

Tú no surgiste de como aquellos. Fuerte
tu brazo te engrandece en la batalla;
tú siempre fuiste adonde fue la Muerte,
en medio de erupciones de metralla.

Luchas desde tu infancia, desde entonces!
Y en el combate, sin sentir desmayo.
No es más sensible que tu pecho el bronce.
No es más temible que tu espada el rayo!

Te amamantó soberbia una leona
o fue tu cuna el borrascoso nido
de águila altiva que su afán corona
si oye del trueno aterrador bramido?

Te infundieron allí los huracanes
con su aliento la fuerza irresistible
que convierte a los hombres en titanes
y barre como polvo el Imposible?

Más yo no quiero en apacibles horas
recordar tus hazañas de guerrero,
ni que es lava la sangre que atesoras,
ni que es centella tu esplendente acero. . .

Yo quiero recordar ese delirio
de libertad que sublevó tu pecho
y te hubiera llevado hasta el martirio
y no triunfar, como triunfó, el Derecho.

Yo quiero recordar que por tu brazo
AMADOR, el perínclito patriota.
Asestó el golpe sobre el férreo lazo
y vio al momento la cadena rota.

Sorprendente y magnifica victoria
que al redimir a verdaderos parias,
también los nombres colocó en la Historia,
de BOYD, de ARANGO, de
                                    de ESPINOSA y ARIAS.

Victoria que sin lágrimas, ni duelo,
ferviente aplauso al Universo arranca
y cobija por ella nuestro suelo,
bendita enseña: la bandera blanca.

Cuán hermosa es la paz! Ella en el lstmo
a Némesis ha opuesto fuerte muro,
ha venido a salvarnos de un abismo
y a presagiarnos bienestar seguro.

El Progreso vendrá bajo su amparo. . .
Abierto el Istmo por profunda herida,
será esta brecha luminoso faro,
inagotable manantial de vida.

Cabe sus bordes cuantos sienten hambre
cuantos sufran miserias de mendigo,
acudirán en bullicioso enjambre
a buscar pan y a suplicar abrigo.

Y los tendrán! Y llenos de arrogancia
podrán después que intrépidos lucharon,
llevar a sus hogares la abundancia
que con su noble esfuerzo conquistaron.

Ya terminada la fatal contienda
tranquilamente cierran sus pupilas,
para dormir bajo la misma tienda,
los que lucharon en opuestas filas.

Los rostros de las madres hoy risueños
hacen amar de la Concordia el fruto. . .
Ya no temen los bélicos empeños
que dejan orfandad, miseria y luto.

Ya en el verdor de sus primeros años
no irán mozos alegres y sencillos,
hijos del pueblo, a preparar peldaños
para que suban hábiles caudillos.

Ya no irán a matarse con encono,
para que, al cabo de la lucha fiera,
su sangre juvenil sirva de abono
al campo infame de ambición rastrera.

Ya sucede al horrísono estampido
del cañón formidable y pavoroso,
de los talleres el alegre ruido,
de las escuelas el rumor precioso.

Irá la luz de la instrucción divina
desde el palacio hasta la humilde choza,
restableciendo la moral en ruina
y redimiendo al que en error solloza.

Ya del machete al poderoso tajo
no han de caer millares de cabezas;
lo emplazarán los soldados del Trabajo
en talar bosques y arrasar malezas.

Para sembrar después el útil grano
que al germinar, a costa de fatigas,
en la colina tienda o en el llano
áureo manto de próvidas espigas.

Y el humo de las fábricas, que sube
como incienso a la bóveda infinita,
reemplazará la ennegrecida nube
que levanta la pólvora maldita.

Para dar paso a máquinas extrañas
las fieras fugarán de su guarida;
serán palacios las que son cabañas.
Habrá doquiera movimiento y vida.

Será un hombre el indígena que hoy gime
olvidado, en amargo oscurantismo,
con nostalgia de sol, que su alma oprime,
que la entristece, sin saberlo él mismo.

Prosperarán las artes y la ciencia;
donde hay zarzales brotarán vergeles,
y por hambre, la flor de la inocencia
no irá marchita a engalanar burdeles.

No, no es un sueño el que en mis versos pinto!
Es una hermosa realidad cercana. . . .
De la patria adoptiva en el recinto
tendrá el Progreso su sitial mañana.

Y ningún noble corazón istmeño
olvidará jamás que sin tu ayuda
nunca triunfará el generoso empeño
que hoy en cariño los rencores muda,

y nos ofrece porvenir dichoso,
y en nuestro suelo sin rival, fecundo,
hace promesa de festín copioso
que bastará para nutrir el mundo.

Panamá, enero de 1904.
Del libro: Paz y Progreso.
Publicado en: Revista Lotería, Nº 60, de mayo de 1946.

Batalla de Panamá,
por Rodolfo Caicedo

Homenaje a los ilustres generales Albán y Salazar
¡No son hombres, son fieras que se irritan!...
Las balas silban como sierpes locas
y los cañones con fragor vomitan
rayos y truenos de sus negras bocas;
y aquellos bravos en su enojo imitan
a los titanes cuando lanzan rocas
contra los dioses que el Olimpo habitan. . .

Al ancho firmamento
en siniestra espiral el humo sube
y lo enlutece con aciaga nube. . .
Olor de sangre se respira. . . . El viento
conduce gritos de furor, bramidos,
roncas blasfemias, lúgubres sonidos
mezcla de maldición y de lamento
y al herir sus oídos
las vibraciones del clarín agudo.
Ardido el rostro, sanguinoso el traje,
¡cómo aumentan los bravos su coraje
para asestar de nuevo el golpe rudo!

¿Son de acero esos brazos? ¿De granito
son esas almas en la lid serenas
de donde siempre se miró proscrito
el miedo vil? ¿Es lava de volcanes
la que hierve y circula en esas venas?
¿Es soplo de huracanes
el que se hace sentir cuando en amenas
florestas o en selvas seculares
derriba encinas o en los hondos mares
destroza velas y con ruda saña
la ola vuelve montaña
que reventando en salpicante espuma
parece que con loco satanismo
increpa al cielo y el bajel abruma
hasta que logra hundirlo en el abismo?

¿Vagan tal vez los manes de Leónidas
en ese campo en que la muerte postra
falanges de rabiosos homicidas?
¿Es Bonaparte que furioso arrostra
el peligro doquier? ¿Es de Cartago
el adalid que produciendo estrago
el Alpe cruza audaz? No, no son ellos
los héroes de la Europa que tan bellos
recuerdos de su fama eternizaron. . . .
Estos son los gallardos descendientes
de los guerreros que en Junín triunfaron
y en Ayacucho y Boyacá probaron
que los hijos de América valientes
al persa en el fatal desfiladero
hubieran detenido con su acero.
Marcharan con Aníbal hacia Roma
y atrás no se quedarán ni un segundo
del temerario gladiador que doma
con la victoria de Austerlitz un mundo.

Herir, matar y recibir la muerte.
Sin desmayo mirar como se vierte
la hirviente sangre a rojos borbotones,
asaltar con denuedo el muro fuerte,
combatir como tigres con leones,
página vieja en nuestra breve historia
¡donde hay tanta tristeza y tanta gloria!

Ved ese cuadro aterrador. La plaza
innumerable ejército circunda. . . .
El hermano al hermano despedaza
y el campo en sangre por doquier se inunda. . . .
Regueros de cadáveres tendidos
hay sobre el suelo y con feroz mirada
contemplan los heridos
su carne desgarrada
por el agudo proyectil. Furioso
de tal manera el tigre poderoso
que ruge entre los bosques de Bengala
su cólera divierte relamiendo
la roja brecha donde está sintiendo
¡el recio golpe de certera bala!

Negra como las hijas de la Nubia
la noche llega y en su oscuro seno
sigue el combate de heroísmo lleno.
Y prosigue también cuando la rubia
aurora vierte de su azul pupila
chorros de luz. . . . Pero ¿por qué vacila
siquiera un breve instante
la fe ciega de aquellos denodados
e intrépidos soldados
que en el muro rechazan la pujante
bravura de las huestes invasoras?
¡Ah! no lo diga el ignorado vate
que hoy canta aquellas horas
de terrible combate. . . .
¡Cayeron ay! reputaciones altas
como se viene a tierra erguido roble. . . .
Pero ¡silencio!  y que el olvido noble
tienda su velo sobre ciertas faltas.

Mas ved ahí a las trincheras guía
generoso corcel augusto anciano
que en el cabello ostenta nieve fría,
pero un sol en su pecho. . . . El soplo insano
de aquella horrible tempestad no hiela
su sangre varonil, y su mirada
tiene un fulgor tremendo. . . .
Con acerada espuela
la tersa piel hiriendo
de indómito bridón, toda bañada
el albicante espuma, corre, vuela,
esgrimiendo su espada,
gallardo mozo cuyo aspecto fiero
bien demuestra en la lucha que es oriundo
de las montañas donde vino al mundo
Córdova, el bravo, el inmortal guerrero. . . .
Ese anciano es ALBAN. . . . Es el Caudillo
indomable y sencillo:
Nació para el Deber; siempre su brazo
opone a toda infamia una barrera,
siempre en su corazón halla rechazo
del desorden la lúgubre bandera;
erguido como el alto Chimborazo.
El cráter que su espíritu ilumina
y que le enciende en cólera divina
y le engrandece en sanguinosos dramas,
respeta a los que enseñan y redimen,
solo sobre el malvado vierte llamas,
¡solo arroja su lava sobre el crimen!

Y ese mancebo de apostura bella
que disponer parece a su albedrío
del vendaval bravío,
de la mortal centella,
de la rabia del mar cuyo alboroto
llena las almas de pavor profundo,
y del poder de brusco terremoto
que convulsiona el mundo,
ese que en la tragedia y el conflicto
tiene cual Girardot épicos sueños,
es SALAZAR, el campeón invicto,
¡un león de los bosques antioqueños!

Hablan los dos. . . . Sus ojos centellean
y a sus voces vibrantes y viriles
se enardecen aquellos que flaquean,
y nuevamente con ardor pelean.
Y otra vez los cañones y fusiles
retumban, silban y despiden llamas. . . .
Rebotan en el duro parapeto
copiosos proyectiles. . . .
Azogadas de horror tiemblan las ramas
del cercano manjar en que discreto
su descalabro el enemigo esconde. . . .
En viejos héroes la memoria puesta,
al rayo el rayo destructor contesta,
el huracán al huracán responde. . . .

Oh, ALBAN! Oh, SALAZAR! fue vuestro acento
lleno de fe la salvación del Istmo. . . .
Como hálito sagrado vuestro aliento
hizo resucitar el heroísmo
en almas fatigadas. . . . Fue la tea
que encendió el apagado combustible
vuestra palabra que a feroz pelea
llamó de nuevo por deber terribles
y así triunfo la Idea.
La Santa Idea que el Progreso invoca
bajo el amparo de la Fe cristiana
y que resiste como firme roca
el recio empuje de borrasca insana;
así triunfó con esplendor divino
y así el nicaragüense aventurero
que con hermanos nuestros allí vino,
vio cómo ataja en su fatal camino
al pérfido extranjero
que armado pisa nuestro suelo hermoso,
el colombiano, siempre victorioso
cuando busca los lauros del guerrero.

¡Ah! , pluguiese a los cielos no muy tarde
que de igual modo sus furores pruebe
el mandarín del Ecuador aleve,
que de falsa amistad haciendo alarde
sepulta en nuestro seno
su puñal saturado de veneno,
sin recordar acaso
en su ambición insana y desmedida,
que la noble Colombia nunca olvida
de “vencedores” el soberbio paso. . . .
¡Al verte exangüe, en lucha fratricida,
oh Patria, el torpe mandarín te afrenta,
pero cuidado con el brazo rudo
que en convulsión violenta
su flamígera espada la ensangrienta
en quienes osan escupir su escudo!

¡Ese brazo iracundo
con ímpetu de rayo,
supo vencer los hijos de Pelayo
que vencieron al árbitro de un mundo!
Ese brazo es el mismo
que en Pichincha frenético golpea,
y abrió a la esclavitud un hondo abismo,
y donde hubo rebaños allí crea
pueblos libres, los pueblos donde ahora
atiza un temerario Patria mía,
el incendio fatal que te devora,
y goza contemplando tu agonía!

Ese brazo altanero que redime
y que pudo asombrar al europeo
con la explosión sublime,
la sagrada explosión de San Mateo,
ese brazo grandioso no consiente
de los intrusos ambiciones locas,
porque él es en la lucha armipotente,
y si faltan las armas, tiene rocas
para aplastar al invasor de frente. . . .
¡Tiene árboles robustos a las faldas
como en las cimas de montañas rudas,
para azotar rabioso las espaldas
de cuantos amen la traición de Judas!

Vengan otra vez del Dictador grosero
que Venezuela sufre avergonzada,
la miserable chusma que degrada
en sus manos las armas del guerrero. . . .
Vengan, sí, de Zelaya los esclavos
y los de Alfaro, y la feroz jauría
de monstruosos Caínes! . . . . Nuestros brazos,
nuevamente en la bélica porfía,
donde sangrienta lluvia se derrame,
arrollarán la coalición infame.
Porque siempre, con trágica hermosura,
Colombia es el Cóndor que desafía
tormentas en la altura,
que en medio de relámpagos, sereno,
cruza la inmensidad, de arrojo lleno,
pues creció con arrullos de huracanes
en las cimas do hierven los volcanes
y donde tiene por vecino el trueno!

Panamá, noviembre de 1900.
Del libro: Batalla de Panamá.
Publicado en: Revista Lotería, Nº 59 de 1946.

La lira en derrota,
por Rodolfo Caicedo

Nos sentamos los dos en el huerto,
mientras los pajarillos su concierto,
jugando en el rosal nos regalaban.
Nos sentamos allí, de tal manera
que con su olor divino me embriagaban
los rizos de su negra cabellera.

Y empezamos a hablar aquel idioma
en que cada palabra es un aroma,
aquel lenguaje de sabor de cielo
que con la dulce soledad emplea
perdido en la montaña el arroyuelo.
Hablábamos los dos ¡bonita idea!
De la tierna Poesía,
y llena de candor la prenda mía
(que es como las palomas inocente)
me dijo de repente:
--Quiero unos versos y te doy el tema.
--Cuál es?
--Un beso: ahí tienes un poema. . . .
Me puse a improvisar (siempre sumiso,
como que ciega la fortuna quiso
hacerme su vasallo) –No prosigas,
interrumpió mi amada,
en vano te fatigas,
esos versos no sirven para nada. . . .
Y yo le repliqué, no sin enojos:
--Ya que te desagrada mi poesía
deja que junte con tus labios rojos
un momento mis labios, vida mía,
y si en esto consientes, yo aseguro
que entonces lograría
completa la victoria en tal apuro.

Me contestó que no; pero empapada
en viva luz, me dijo su mirada
rápidamente todo lo contrario,
y yo, atrevido, me acerqué al santuario,
y con un ansia loca,
en repentina palidez cubierto,
le di tal beso en su abrasada boca
que estoy dudando si se ardió el huerto!
Ella, temblando, se cubrió encendida
el rostro con las manos, ofendida,
pero siempre sonriéndome amorosa,
y yo, de mi ventura en el exceso,
repetía a media voz: un beso, un beso. . . .
Y ¡no hallaban mis labios otra cosa!

Del libro: Ensayos Poéticos.
Publicado en: Rodolfo Caicedo y su obra poética, de
Nydia Alicia Angeniard.

Rodolfo Caicedo
(1868-1905)


Nació en Pocrí de Aguadulce, provincia de Coclé, en el mes de marzo(1) de 1868. Fueron sus padres don Miguel Ángel Caicedo y Teresa Arroyo.  No tuvo más instrucción que la que se daba en la escuela primaria de su ciudad natal. Fue alumno del maestro Abelardo Herrera  en unión de sus condiscípulos don Melchor Lasso de la Vega, Federico Becerra, Juan B. Sáenz, Sebastián Sucre, Nicolás Victoria, Catalino Arrocha Sáenz, Pacífico Tapia y muchas otras personas distinguidas de la provincia de Coclé.

A la edad de diez o doce años, compuso sus primeros versos de estilo jocoso, y en este estilo hizo, luego, muchas composiciones más para criticar las costumbres de sus contemporáneos.

Muy joven marchó al interior de Colombia y se vio envuelto, desde el bando conservador, en la guerra civil de 1885. Nuevamente en el Istmo, hizo vida bohemia, cultivando la poesía con verdadero entusiasmo y espontaneidad.

El doctor Octavio Méndez Pereira, nos dice que Caicedo “cantaba por naturaleza, por necesidad como canta sus armonías nuestro ruiseñor en el alero de la casa solariega”.

Rodolfo Caicedo publicó sus poemas en revistas y periódicos de la época, en un librito titulado Ensayos Poéticos, así como en varios folletos, entre ellos Las Queseras del Medio (a la memoria del ínclito general José Antonio Páez. Estrofas dedicadas al doctor Belisario porras), El Libertador (canto épico robusto, sonoro y de elevada inspiración que ensalza al gran héroe americano), Batalla de Panamá (homenaje a los ilustres generales Albán y Salazar, jefes conservadores que lograron la victoria en el memorable combate del Puente de Calidonia) y Paz y Progreso (estrofas dedicadas al benemérito General don Esteban Huertas).

También cultivó las fábulas, comparable a las mejores que existen en castellano. Dentro de este género compuso El Burro Arquitecto, El Renacuajo y el Castor, Los dos Gallos, El Lobo, la Zorra y el Tejón, El Gallo y el Pato, entre otras, llenas de gracia, sutil ironía y colorido. Según el criterio del doctor Méndez, Caicedo es digno de ocupar un puesto elevado en la literatura didáctico-moral de Hispano-América.

En 1890 edita, en compañía de Ramón Maximiliano Valdés, El Estímulo, y al año siguiente colabora en El Loro, donde a veces firma con el seudónimo “Juan sin Tierra”. En 1893 funda en David El Esfuerzo. Y en 1896 lo encontramos como empleado de la Secretaría de Gobierno del Departamento.

Rodrigo Miró nos dice de él: “La poesía de Caicedo, un tanto anacrónica —por su edad debió militar dentro, del modernismo— ofrece características curiosas. Un aspecto de su obra —los poemas de entonación civil— lo colocan en la línea del primer romanticismo americano; otro nos lo revela adicto al ritmo asordinado de Becquer; y todavía le queda su fase de fabulista, que le dictó excelentes composiciones. Su obra total lo presenta como versificador diestro, y poeta”.

Murió en la ciudad de Chitré, provincia de Los Santos, el 26 de septiembre de 1905.

(1) Rodrigo Miró en su obra, La Literatura Panameña, menciona que el poeta nació el 10 de marzo, pero advierte que esta fecha debe ser verificada.

FUENTE: PANAMÁ POESÍA

Imagen no coloborada tomada del Blog Rincon de Poetas